Abrí los
ojos, como cada mañana. Me disponía
a llevar a cabo la rutina de cada día. Todo
empezaba con cómo vestirme, no me importaban mis
gustos o mis preferencias, solo seguía las
corrientes e intentaba ir a la moda. Mi adicción
a las marcas solo era superada por mis pocas ganas de estudiar. Mi constante
obsesión eran las zapatillas, las tenía
de todos los colores, incluso les ponía
nombre. No eran unas simples zapatillas, eran unas Nike, tenía
otras que se llamaban Adidas, otras se hacían
llamar Converse y así tenía una lista
interminable. Cuando me las iba a poner, las dudas en la elección
me asaltaban por todas partes, no solo importaba si el color era adecuado,
también tenía que pensar
si lo que representaba la marca era acorde al resto de complementos que llevaba
completando mi obra. Y es que esto no era únicamente
cuestión mía, mi entorno,
mis amigos reconocían mis logros, me daban el
aprobado e incluso el excelente según el conjunto
que llevara ese día. Me hacía
cada vez más popular, ya no era un chico común,
los compañeros me admiraban por el logo que
llevaba en la camiseta y a mí no me desagradaba tener amigos, podía
incluso elegir la gente que me rodeaba y la decisión
fue más fácil de lo que pensaba.
A
las nueve menos cinco salía de casa, me despertaba con
quince minutos de antelación porque en mi interior quería
llegar tarde a clase. Para mi disgusto, el profesor siempre me dejaba entrar a
clase y desde aquel momento mi único objetivo
era el timbre que anunciaba el final. Luchaba por estar en última
fila y el bien más preciado era estar al lado de
la ventana, y no porque en invierno sintiera el calor de la calefacción
y en verano entrara el refrescante aire.
Por aquella ventana entraban un conjunto de historias, un conjunto de
situaciones que hacían que la clase pasara más
rápido. Mi atención
a las palabras de la profesora se limitaba a escuchar mi nombre o hacer alguna
gracia para obtener un reconocimiento de los amigos, era la intervención
necesaria para seguir manteniendo mi
estatus social.
El
sentimiento más parecido a la libertad que
experimentaba en el instituto era la educación
física, la única
asignatura donde no me llamaban la atención.
Pero no era solo eso, era uno de los mejores alumnos y mis habilidades eran
infinitas. Mi relación con el profesor era única,
él era conocedor de todos mis problemas, tenía
la sensación que únicamente
él se preocupaba por mí.
Llegado
un día me metí en
un problema, me vi involucrado en una pelea por los amigos que elegí.
Yo no quería, simplemente me dejé llevar.
Era la hora del patio y estaba de guardia mi profesor de educación
física. Intervino y nos separó a
todos, cogió a los responsables entre los cuales estaba yo y
nos llevó
a una sala en lo alto del instituto. Nunca había
estado ahí, el camino se hacía
largo, nadie hablaba, solo pensaba en qué les
diría a mis padres. Justo antes de entrar escuche mi
nombre, mi profesor me decía que yo me quedara fuera, los
otros pasaron una puerta donde se leía “director”.
Ahí
tuve una conversación muy extensa y tranquilizadora
sobre el modo de vida que llevaba, cambio totalmente mi visión
sobre lo que realmente debía y no debía
hacer. Los siguientes días intente no juntarme con esa
clase de gente. Mi culpabilidad me hacía
cuestionarme cada una de mis decisiones y lo más
importante para mí era no defraudar al único
profesor que confió en mí.
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